Me levanto y mi primera rutina es desayunar. Una de las comidas más importantes del día. Si necesitas que el día empiece fuerte ¡desayuna bien y de forma saludable! Si no tienes este hábito, tu riesgo cardiovascular o de contraer enfermedades como la diabetes o la hipertensión aumenta. Si desayunas mal, a esos riesgos hay que añadir otros como la obesidad, el colesterol y vuelta al ruedo con los problemas de tu salud. Cada vez está más documentado, como este estudio de la Harvard School of Public Health que muestra que consumir cereales integrales y cuidar la alimentación equilibrada y saludables está ligada de forma directa con una reducción notable de la mortalidad.
Así que me lo tomo muy en serio, y dedico mucho tiempo a escoger lo que consumo y cómo me impacta a mi salud, pero también a la sostenibilidad social y ambiental de mi entorno.
Recurro a mi costumbre inglesa de desayunar un porridge —cereales integrales de avena, para aquellos que no lo conozcáis— con leche y fruta, como por ejemplo el kiwi; y a veces añado frutos secos o chía, para hacer un plato completo, nutritivo, sano y, sin restar importancia, sabroso. Otros días me tomo zumo de naranjas con mis tostadas de tomate rallado, aguacate y su aceite de oliva; o mi tostada proteica favorita de “huevo revuelto”. Eso sí, normalmente siempre con pan de cereal.
A media mañana recupero energía con snacks, pero no cualquier snack, sino los que tienen todo tipo de cereales y semillas y que son una fuente importante de proteínas y nutrientes.
Me gusta planificar bien mis comidas y cenas. La importancia de elegir una carne o pescado, acompañados de verdura (zanahoria, lechuga, calabacín, berenjena, tomate, cebolla, quinoa, fruta…). Otras veces pasta…
Te he contado mi rutina básica de alimentación porque hay un hilo conductor en toda ella: el uso de productos ecológicos. Productos que puedo tomar a cualquier hora, y casi en cualquier contexto. Se han convertido ya en mis pautas de consumo. Accedo a ellos de forma fácil y segura en cualquier supermercado o comercio local.
Mi rutina alimentaria la diseño para tratar de reducir mi consumo de azúcares y grasas y, por tanto, evito comer productos que van en contra del equilibro de mi nutrición y de mi salud, como la bollería industrial. Y además de alimentarme bien, en la salud hay más factores en juego: hacer deporte e hidratarse bien son algunos de ellos.
Trato siempre de que cada decisión de mi consumo cumpla el gran tridente: que sea saludable, que sea equilibrada y que sea personalizada (acorde a lo que me gusta y a lo que mi organismo le viene bien).
Cada decisión de consumo es un voto implacable: decidimos consumir eco o no, calidad o no, comprar low cost sin valorar el impacto social y ambiental que tiene nuestra compra o no.
En mi caso, y en la de muchos jóvenes como yo —1 de cada 3 consumidores eco en España son jóvenes de menos de 35 años—, quieren saber qué comen, qué ingredientes componen el producto, qué calidad, dónde se han producido, a qué coste, si son o no sostenibles con el medioambiente, si adquiriéndolos contribuyen o no a cambiar en algo el mundo.
Tal es así que hay todo un mundo startup y de tecnología floreciendo en este ecosistema alimentario y dirigido a ese público exigente que quiere más y mejor información. Por ejemplo, las aplicaciones Yuka o MyRealFooder son tecnologías para leer, interpretar y facilitar el conocimiento de las etiquetas de todo aquello que comemos, y nos dan la información al instante a nuestro móvil. Aunque parezca raro, podemos encontrar azúcares refinados en todo tipo de productos, desde conservas de tomate a salsas, cereales de desayuno, pan de molde o snacks salados.
Esto no ocurre con los productos naturales y por ello, yo misma valoro aún más esta opción. Los busco, analizo y trato de tomar decisiones acordes hacia lo natural, equilibrado y auténtico (bajo mi punto de vista). Por muchas razones, lo natural sabe y sienta mejor y precisamente esta es la razón de que se incorporen ingredientes naturales y saludables como los procedentes de verduras y hortalizas en la creación de nuevos productos que se lanzan al mercado: cereales que contienen trozos de calabaza, miel y especias como la canela, la nuez moscada o el jengibre; bebidas isotónicas elaboradas con ingredientes 100% orgánicos y una gran cantidad de alternativas que ya tenemos como consumidores.
En este sentido, también me preocupa si la marca que yo consumo se involucra en hacer circular su proceso productivo (para optimizar y reutilizar los residuos). No creo en el modelo low cost si es a costa del precio, de mutilar nuestros valores o de nuestra responsabilidad social y ambiental. La autenticad, junto a la calidad, se pagan.
Mi rutina de alimentación tiene varios denominadores en común: el primero, en prácticamente cualquier comida del día uso productos ecológicos. El segundo, valoro que mi consumo contribuya a la sostenibilidad social y ambiental. Y, tercero, que aquello que consumo, mantenga un cierto equilibrio nutricional y sea personalizado para lo que yo necesito.
Ya no me planteo otra opción, forma parte de mi estilo de vida. Cuando consumes productos ecológicos, estás consumiendo algo más que un producto y un precio, mucho más que unos nutrientes. Cierto que realza el sabor, que suele ser un producto de proximidad, que no contiene químicos, pero, sobre todo, que responde a la necesidad que cada vez más consumidores tenemos de saber que contribuimos con esa decisión a mejorar nuestro entorno social y ambiental.
Y lo mismo que hago yo desde que me levanto hasta que me acuesto, ocurre en muchos hogares del mundo. Los productos eco están presentes en más del 60% de los hogares españoles. En ciertos países europeos como Dinamarca representan más del 11% del mercado de alimentación. Se trata de una tendencia que irrumpe a principios de siglo y hoy, la mayoría de los consumidores tienen más de 50 años: buscan calidad, sabor, proximidad y un mayor conocimiento de aquello que compran. Pero es también una tendencia imparable entre los jóvenes, como te decía.
La conciencia social y ambiental, la salud y la calidad como prioridades, saber no sólo qué comes sino cómo se fabrica y de dónde procede cada ingrediente determinan los principales motivos de la decisión de compra. A muchos nos gusta la naturaleza y cuidar de ella, por eso nuestros valores de consumo se asocian al disfrute de productos naturales y al respeto por los animales y cómo estos se crían en las mejores condiciones de salud (alimentación y cuidados).
A principios de siglo, consumir productos con sello y garantía ecológica era algo tremendamente minoritario. Prácticamente la totalidad del consumo se hacía en tiendas especializadas para un consumidor muy específico. Todo esto ha cambiado de forma radical y sólo acaba de empezar. Ahora más del 60% de los productos ecológicos se consumen en los supermercados y comercios genéricos. Según el informativo mensual independiente y gratuito de consumo de producción ecológica, BioEco Actual, destinamos una media de 72 euros en este tipo de productos al año, aún muy por debajo del gasto de los daneses o suizos (más de 300 euros).
Y, en este contexto, España ha logrado liderar la superficie agraria dedicada al cultivo de producto ecológico.
Las nuevas conductas del consumo, los valores y la responsabilidad social como clientes; la consciencia del impacto de nuestras decisiones individuales en cada compra; la sostenibilidad como bandera; pero, sobre todo, la prioridad hacia el cuidado de nuestra salud y alimentación están generando una gran tendencia de consumo mundial, tanto en países emergentes como desarrollados.
Somos cada vez más conscientes y responsables de lo que comemos. Creo que la revolución eco y bio de consumo es imparable. Hay quien piensa que los productos ecológicos son una moda, y no tiene nada que ver. Lo natural y lo saludable, no es un capricho, es una bomba de oxígeno para la calidad de nuestras vidas. Yo diseño rutinas para mejorar mi bienestar y al mismo tiempo cuidar el entorno natural, utilizando materiales reciclables, biodegradables u otros productos cuyo ciclo de vida sea más largo, y así disminuir los residuos generados.
La última decisión la tienes tú, según tus objetivos o tu preocupación por el medio ambiente, así determinarás un estilo de vida u otro. A mí me gusta pensar siempre en tres piezas: motivación, personalidad y actitud, porque al final son las claves para comprender cualquier tendencia: qué motivos existen para consumir, qué personalidad tiene y va adquiriendo el cliente actual y potencial y qué actitud adopta ante marcas o empresas que no lo cumplen. Hoy las marcas ajenas a lo natural, a lo sostenible y que no ponen la salud de su cliente en el centro de sus decisiones tienen un problema de credibilidad en el mercado.
¿Y por qué todo esto puede ser una gran oportunidad?
Clientes más exigentes, con estudios medios y superiores, dispuestos a probar productos nuevos y diferentes, con procesos y formas de vender en canales digitales, con otra forma de comunicar distinta a las tradicionales, que conviven en comunidades (tribus, como se les conoce en marketing) de gente muy afín a este nuevo estilo de vida que impera.
Hay una demanda que crece con fuerza: todo el ecosistema de los productos saludables con el menor uso de conservantes. Un mercado sólido y en crecimiento en todo el mundo. Eso es todo un reto, y a la vez ¡una gran oportunidad para startups y emprendedores!
Si eres una de ellas y tienes clara una idea de producto alimenticio innovador, pero tienes dudas sobre los pasos a dar para su desarrollo y/o comercialización, ponte en contacto con Capsa VIDA, el corporate venturing de Capsa Food.
TESSA | Teresa García González. Bloguera especializada en lifestyle, comunicación y marketing desde la autenticidad
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